Serie: Regreso
Parada del colectivo
Un “¡parada!”,
o “en la esquina”, o “en
la esquina chofer”, o “en la esquina por favor” si eras un
poco mas educado; bastaba para que el conductor te arrimara al cordón
y bajaras del colectivo. Un poco mas grande ya “te tirabas”
cuando aún estaba en marcha; demostrabas que eras un muchacho piola.
Como referencia de la parada había un
cartelito de chapa pintada con una P y el número de la línea; según
las esquinas estaba clavado en un palo de luz o en el árbol mas
cercano. En una época pusieron un poste indicador, elemento que
señalaba con exactitud el lugar de detención. Eran de madera, con
base cuadrada y terminado en pirámide; en la parte superior,
pintados con letra de molde y alineados en vertical los números de
la línea. Estaba erguido y a unos centímetros del cordón. Era casi
innecesario, pues todo el mundo sabía dónde era la parada del único
colectivo que pasaba por allí. Quizás los habían puesto, imitando
a los de la Capital, esperando
que el barrio creciera.
Por supuesto, hoy como ayer, no hay
que esperar un techo protector; el árbol cercano cumple la función
de refugio de la lluvia, del viento y del sol. Es cuestión de
acomodarse en el entorno del tronco, o de aguantar las inclemencias
del tiempo.
Hubo un tiempo, que esa parada sufrió
mi inquietante espera. El corazón saltaba cuando se acercaba el
colectivo, y observaba algún bulto parado cerca de la puerta.
Esperaba que fuera ella. Repetía, una y otra vez, en silencio su
nombre, como convocando al destino para que la trajera.
Si no venía, nuevamente, a recostarme
en el tronco del plátano. Nunca parado junto al poste o caminando
por allí. Era como si el árbol me refugiara; calmaba mi pasajera
desazón, y volvía a entregarme la esperanza.
JNB.
Dedicado a Bernardo Ortiz
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