viernes, 21 de septiembre de 2018

En colectivo (2) R

Serie Regreso. 
En colectivo (2)
El colectivo no solo tenía fileteado el exterior, sino también algunas partes del interior, en especial sobre los dos espejos situados arriba del parabrisas. Los dibujos generalmente exageraban el marco nacarado con líneas y flores y un trébol de cuatro hojas. Desde allí escudriñaba el pasaje; siempre había una cara bonita que ver, alguno que se quería hacer el vivo con el boleto, o unos malandrines que controlar; con la mirada bastaba.
Algunos llevaban una cortinita de tela colgando del marco, con un nombre prolijamente bordado, entre pequeños espejos grabados; terminaba con una hilera de flecos que se movían al compás de los baches o frenadas. Algo similar pasaba con los muñequitos que balancean la cabeza o los brazos, apoyados cerca de la ramalera.
Un Mercedes con carrocería La Estrella, llevaba un marco único con tres varillas inclinadas, retorcidas y cromadas superpuestas al espejo; colgaba una cortina de espejo gravado y biselado que brillaba como el sol.
En el separador de caños cromados resguardaba el área reservada del chofer, lucía un tablero primorosamente pintado. Para los coches mas antiguos esta belleza se reservaba para el respaldo del conductor.
De pibe iba admirando todos los detalles descubriendo esos maravillosos dibujos; cuando terminaba, buscaba los “desperfectos”, ahí dónde la pincelada se detiene para seguir con otra, o cuando la recta se curvaba apenas indebidamente, o donde había “saltado” la pintura.
La tipografía gótica y fileteada informaba, indicaba o advertía: desde la entrada, línea y número de coche, un “Feliz viaje”, “capacidad 19 pasajeros sentados”, “prohibido fumar y escupir”, mas tarde la última palabra se sustituye por “salivar”; “baje por atrás”, “avise al bajar” que cambiará por “toque timbre al descender”, y otras. El que decía “reservado para ancianos y embarazadas” no era tan común; no había necesidad de cartelitos para saber que había que hacer… y los dormidos o distraídos, que siempre los hubo, eran “despertados” al instante.
El mundo que rodeaba al conductor era maravilloso. Los coches mas antiguos apenas tenían un medidor en el tablero, mas tarde llevaron palanca de contacto, palanca de luz de giro, reloj de aire, aceite, temperatura, amperímetro. ¡Parecía estar viajando en una nave del espacio!
El manubrio ostentaba un lindo forro o un bello nacarado; las manijas para abrir las puertas entretenían con perilla decorada. La bocha para palanca de cambio, nacarada o de acrílico trasparente podía llevar la marca del chasis, una flor o un motivo cualquiera. De la boletera o “chivera” metálica y brillante, que contenía los rollos, sobresalían los boletos de distintos colores según el valor del pasaje, que era por secciones. Y por supuesto, hasta de grande leía con atención los cinco números para ver si salía “capicúa”, ¡Ese sí que daba suerte!.
Cerca estaba el monedero también de metal de cuatro o cinco tambores con agujeritos para ver hasta dónde llegaba la fila de moneda; mas alejados, en el otro extremo un monedero mas sencillo y abierto, de caucho, y la cajita de billetes con tapa nacarada, cerca del pozo. Anhelaba ir allí, lugar privilegiado si los había, con vista panorámica, y segura amistad del chófer; pero… yo no cumplía con los requisitos de ser inspector, amigo o pariente. Si era familiar, especialmente femenino, se sentaba en el primer asiento cerca del conductor. Ese también estaba especialmente reservado a la minita que podía acompañarlo en el trayecto; aunque para algunos -oí decir- era “cable” o “gato”, que “iba de arriba” sin pagar boleto.
La decoración en torno al chófer -les gustaban que le digan “conductor”- se completaba con una estampita, la foto familiar o de los niños, enganchada en el marco del espejo Colgado del retrovisor pequeño, un rosario, una medalla, un corno portafortuna, un escarpín de bebé, e inmediatamente uno miraba al conductor para ver si su cara denunciaba a un padre, o colegía que podría ser del hijo de un pasajero distraído.
Tuve el honor de ser pasajero de los que tenían carrocería de madera lustrada, sencillos pero elegantes, con dos filas de faros pequeños y sobresalientes con su luz mortecina en el techo. Las ventanillas llevaban barrales para desplazar las cortinas de tela. Y por encima dos portaequipajes con varillas de madera barnizadas. Por el tamaño no podían llevar demasiadas cosas, pero sacaban del apuro, especialmente cuando te tocaba viajar parado. Ideal para “estirar el saco” en los días de mucho calor.
Después vinieron los forrados con chapas de fórmica con unas luminarias de acrílico traslucido que abarcaban casi todo el largo del coche. Las ventanillas mas grandes ya no tenían cortinas sino que llevaban vidrios polarizados de color. Ahora los asientos de a dos iban del lado las puertas; ya tenían dos, una por detrás para el descenso de los pasajeros.
Los asientos estaban tapizados de cuero; sorprendían los de tres colores separados con elegante diseño. Los pasamanos individuales continuos o parciales sobresalían del respaldo. Conveniente para todos, pero en especial para los mas bajos; los pasajeros mas altos tenían que viajar con la cabeza reclinada, como reverenciando.
Los chasis eran casi todos Mercedes Benz, y algún Bedford. Talleres de carrocerías había en casi todos los barrios de la ciudad y suburbanos: Bogovic Hnos, La Estrella, Ala, La Favorita, El Cóndor, El Indio, Gnecco, La Unión, Velox, Caseros, El Halcón, Alcorta, y otras mas. Una forma de personalizar diseño y de distribuir ganancias.
De noche, algunos eran espectaculares, con lucesitas de colores como los violeteros del parabrisas, antiencandilantes. Todas creaban un ambiente especial, casi mágico, en la media luz del conjunto. Primero me parecía un parque de diversiones, con el tiempo ya lo asociaba a un boliche; en todos los casos completaba ilusiones.
Por supuesto, no todos eran así, estaban los colectivos en dónde el adorno escaseaba, no se sabe si por el sentido utilitario y pragmático de su conductor o por la tacañería del dueño de la “unidad”. De chico lo llamaba Cole, después Bondi, y hoy prefiero nuevamente Colectivo... pero si lo pintás de naranja, es Micro. Ah … y lo de chofer o conductor, poco importa: hay corazón al volante.
JNB. Dedicado a Juan Grimalt

 

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