Serie Regreso.
En colectivo (2)
El colectivo no
solo tenía
fileteado el exterior, sino también algunas partes del interior, en
especial sobre los
dos espejos situados arriba del parabrisas. Los dibujos generalmente
exageraban el marco nacarado con líneas y flores y un trébol de
cuatro hojas. Desde allí
escudriñaba el pasaje; siempre
había una cara bonita que ver, alguno que se quería hacer el vivo
con el boleto, o unos malandrines que controlar; con la mirada
bastaba.
Algunos llevaban
una cortinita de tela colgando
del marco, con un
nombre prolijamente bordado, entre pequeños
espejos grabados; terminaba con
una hilera de flecos que se movían al compás de los baches o
frenadas. Algo similar pasaba con los muñequitos que balancean la
cabeza o los brazos, apoyados cerca de la ramalera.
Un Mercedes con carrocería La
Estrella, llevaba un marco
único con tres varillas
inclinadas, retorcidas y cromadas superpuestas
al espejo; colgaba
una
cortina de espejo gravado y
biselado que brillaba como el
sol.
En
el separador de caños cromados resguardaba el área reservada del
chofer, lucía un tablero
primorosamente pintado. Para los coches mas antiguos esta belleza se
reservaba para el respaldo del conductor.
De pibe iba admirando
todos los detalles descubriendo
esos maravillosos dibujos; cuando terminaba, buscaba los
“desperfectos”, ahí dónde la pincelada se detiene para seguir
con otra, o cuando la recta se curvaba apenas indebidamente, o donde
había “saltado” la pintura.
La tipografía gótica y fileteada
informaba, indicaba o advertía: desde la entrada, línea y número
de coche, un “Feliz viaje”, “capacidad 19
pasajeros sentados”, “prohibido fumar y escupir”, mas tarde la
última palabra se sustituye por “salivar”; “baje por atrás”,
“avise al bajar” que cambiará por “toque timbre al descender”,
y otras. El que decía
“reservado para ancianos y embarazadas” no era tan común; no
había necesidad de cartelitos para saber que había que hacer… y
los dormidos o distraídos,
que siempre los hubo, eran “despertados” al instante.
El
mundo que rodeaba al conductor era maravilloso. Los
coches mas antiguos apenas tenían un medidor en el tablero, mas
tarde llevaron palanca de
contacto, palanca de luz de giro, reloj de aire, aceite, temperatura,
amperímetro. ¡Parecía estar
viajando en una nave del espacio!
El manubrio
ostentaba un lindo
forro
o un bello nacarado;
las manijas
para abrir las puertas entretenían
con perilla decorada. La
bocha para palanca de cambio, nacarada o de acrílico trasparente
podía llevar la marca del chasis, una
flor o un motivo cualquiera.
De la
boletera o “chivera” metálica
y brillante, que contenía los rollos,
sobresalían los boletos de distintos colores según el valor del
pasaje, que era por secciones. Y por supuesto, hasta de grande leía
con atención los cinco números para ver si salía “capicúa”,
¡Ese
sí que daba suerte!.
Cerca estaba el monedero también
de metal de cuatro o cinco
tambores con agujeritos para
ver hasta dónde llegaba la fila de moneda;
mas alejados,
en el otro extremo un monedero
mas sencillo y abierto, de caucho, y la
cajita de billetes con tapa
nacarada, cerca del pozo.
Anhelaba ir allí, lugar privilegiado si los había, con vista
panorámica, y segura amistad del chófer; pero… yo
no cumplía con los requisitos
de ser inspector, amigo o pariente. Si era
familiar, especialmente femenino, se sentaba
en el primer asiento cerca del
conductor. Ese también estaba
especialmente reservado
a la minita que podía acompañarlo
en el trayecto; aunque para algunos -oí
decir- era “cable” o
“gato”, que “iba de arriba” sin pagar boleto.
La
decoración en torno al chófer -les gustaban que le digan
“conductor”- se completaba
con una estampita, la foto
familiar o de los niños, enganchada en el marco del espejo Colgado
del retrovisor pequeño, un rosario, una medalla, un corno
portafortuna, un escarpín de bebé, e inmediatamente uno miraba al
conductor para ver si su cara denunciaba a un padre, o colegía que
podría ser del hijo de un pasajero distraído.
Tuve el honor de ser
pasajero de los que tenían
carrocería de madera lustrada,
sencillos pero elegantes, con dos
filas de faros pequeños y
sobresalientes con su luz mortecina en
el techo. Las ventanillas
llevaban barrales para desplazar las cortinas
de tela. Y por encima dos
portaequipajes con varillas de madera barnizadas. Por
el tamaño no podían llevar demasiadas cosas, pero sacaban del
apuro, especialmente cuando te tocaba viajar parado. Ideal
para “estirar el saco” en los días de mucho calor.
Después vinieron los forrados
con chapas de fórmica con unas
luminarias de acrílico traslucido
que abarcaban casi todo el largo del coche. Las
ventanillas mas grandes ya no tenían cortinas sino que llevaban
vidrios polarizados de color. Ahora los asientos de a dos iban del
lado las puertas; ya tenían dos, una por detrás para el descenso de
los pasajeros.
Los asientos
estaban tapizados de cuero;
sorprendían los
de tres colores separados con elegante diseño. Los
pasamanos individuales continuos
o parciales sobresalían del
respaldo. Conveniente para
todos, pero en especial para los mas bajos; los
pasajeros mas altos tenían que viajar con la cabeza reclinada, como
reverenciando.
Los chasis eran casi todos Mercedes
Benz, y algún
Bedford. Talleres de carrocerías había en casi todos los barrios de
la ciudad y suburbanos: Bogovic
Hnos, La Estrella,
Ala, La
Favorita, El Cóndor, El Indio, Gnecco, La Unión,
Velox,
Caseros, El Halcón, Alcorta, y
otras mas. Una
forma de personalizar diseño y de distribuir ganancias.
De noche, algunos eran espectaculares,
con lucesitas de colores como
los violeteros del parabrisas, antiencandilantes.
Todas creaban un ambiente especial, casi mágico, en la media luz del
conjunto. Primero me parecía un parque de diversiones, con el tiempo
ya lo asociaba a un boliche; en
todos los casos completaba ilusiones.
Por supuesto, no todos eran así,
estaban los colectivos en dónde el adorno escaseaba, no se sabe si
por el sentido utilitario y pragmático de su conductor o por la
tacañería del dueño de la “unidad”. De chico lo llamaba Cole,
después Bondi, y hoy prefiero nuevamente Colectivo... pero si lo
pintás de naranja, es Micro. Ah … y lo de chofer o conductor, poco
importa: hay corazón al volante.
JNB.
Dedicado a Juan Grimalt
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