lunes, 8 de octubre de 2018

Baldosas "vainilla". R


Serie: Regreso 


Baldosas vainilla
Mis pasos resuenan con regularidad pausada en la vereda de baldosas calcáreas, de vainilla que tienen cierta textura por el desgaste. Su color amarillento me recuerda las hojas de los libros viejos. Posiblemente es una de las razones por la que me resultan entrañables. Se ubican por casi toda la cuadra, y la mayor parte de ellas están ordenadas del mismo modo: los seis listones, pequeños y juntos se emplazan uno detrás de otro, perpendiculares a la calle, y con un leve declive hacia ésta. El acanalado, justo en tamaño para el escurrimiento. Cuando de niño tiraba un chorrito de agua me ilusionaba un río. A veces un torrente desbordado que invadía los límites, aunque pronto el líquido se dispersaba para correr en un hilo delgado y ligero, que me agitaba.
Siempre me llamó la atención los bordes biselados de las baldosas vainilla 20 por 20. Los canales aparecen precisos y perfectos, contrastando con el desequilibrio que producen cuando están flojas y nos escupen en los días de lluvia, o cuando la “doña” ha limpiado la vereda tirando incontables baldes de agua.

A esta altura me es inevitable recordar el poema
Veredas de Buenos Aires” de Julio Cortazar:
De pibes la llamamos vedera

y a ella le gustó que la quisiéramos,

en su lomo sufrido dibujamos tantas rayuelas.

Después, ya más compadres, taconeando,

dimos vuelta manzana con la barra

silbando fuerte para que la rubia del almacén

saliera a la ventana.

A mi me tocó un día irme lejos,

pero no me olvidé de las veredas,

aquí o allá las siento

como la fiel caricia de mi tierra

Al fin y al cabo, las veredas han alcanzado la categoría de identidad que muchos administradores del espacio público se empecinan por cambiar. Es imposible que ellos alteren nuestros recuerdos.
JNB.Dedicado a Rosita Ortiz (de Turdera)

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