Serie: Regreso
Adoquinado
La calle empedrada tiene un brillo
especial. Los adoquines grandes de granito de forma prismática con
bordes redondeados dispuestos en hilera con el cuidado y habilidad de
quienes saben apoyarlo sobre arena, y suelo muy asentado.
Observábamos como la cuadrilla los levantaba con un barreta para
amontonarlos en una pila para luego volver a usarlos. Admirábamos la
destreza de aquellos hombres y deseábamos poder apisonar, como
ellos, la tierra agregada en dónde se había formado el pozo. Poder
hacer lo que ellos!
Se tiraba la arena, se apisonaba, y
nuevamente la piedra era colocada una detrás de otra, empujando y
arrimando, siguiendo las hileras, sin desviarse y conservando las
alturas y el declive, con el nivel y el hilo del ojo diestro. Del
granito recién colocado, humedecido, emanaba una luz especial, ya
listos para que pase el tránsito nuevamente.
Hoy, algunos ignorantes quieren
cambiarlos por el asfalto. “Es por el coche”, dicen. ¡Quién
diría!. Hace años los autos se desplazaban sin problemas, pero los
de ahora… Claro está que esos que los quieren sacar, pocas veces
han caminado lento, por esas calles, observando el paisaje. Pocas
veces han observado su textura, sus tonos y colores. Ni qué hablar
de ese encuentro con las viejas vías del tranvía, la recta de la
cuadra, la curva de la esquina.
Es que desde el auto, pocas veces es
posible observar esa belleza.
JNB.