Serie: Regreso.
Chingolo
Observo esas ramas que se acunan con
las hojas que van creciendo. La limpieza del día realza cada color y
permite acomodar los grupos vegetales con claridad.
Me convoca el vuelo de un chingolo que
se detiene en una rama pequeña, allá, en lo alto, inquieto. Casi un
punto pardo, en dónde adivino el cuerpo, las alas, la cabeza; hasta
creo ver el pico. Pequeño ser que me estremece con su canto de notas
cortas y el gorjeo final. Evoca al niño que lo escuchaba hasta muy
tarde, cuando la noche se acercaba al jardín.
También oía asombrado al canario,
encerrado en su jaula de metal. Cada mañana era colgada en el mismo
clavo, en la pared de la galería del patio. Mi madre extraía la
bandeja inferior de chapa para lavarla cuidadosamente; una vez
colocada en su lugar hacía lo mismo con el bebedero, ahora colmado
de agua cristalina, al igual que la latita de sardinas que hacía de
bañera. Ponía alpiste en el comedero, mientras el canario saltaba
atemorizado de un sitio al otro; utilizaba los barrotes laterales o
alguno de los posaderos de madera. Es
como si sintiera nuevamente su corazón palpitante e inquieto, para
luego reposar en su mundo que es mi mundo de sueños.
En los días fríos del invierno se
agregaba una manta que se apoyaba en la parte superior de
la jaula a manera de techo.
Siempre en el mismo sitio, como para
hacerle sentir al canario que ese era su lugar propio, y no otro. Al
anochecer la jaula era retirada rapidito y en silencio, esta vez,
para ser colgada o apoyada sobre la mesita del cuartito del fondo.
Vuelvo al chingolo del árbol de la
vereda.
Me envuelve un sentimiento de
ternura. Siento como si en sus alas volara yo a un país sin nombre,
a un mundo de pura nube y de estrellas siempre lejanas,
imperceptibles, ligeras, que vienen y van, como para que la atención
no decaiga. Palpito con él su vida, y en su frágil pecho
encuentro el suave nido que nunca he perdido. En su corazón aliento
la esperanza para mis hijos, redoblo la ilusión, salto a un futuro
no muy lejano en dónde la paz cobija.
De improviso llegan varios otros
chingolos, y se detienen cerca del primero. Allí quedan moviéndose
de un sitio al otro, saltando. Parecen conversar, o llevar una
sostenida y larga discusión… y de pronto un ruido seco… y todos,
al unísono escapan en vuelo veloz.
JNB.
Dedicado a Julio Bozzano