martes, 9 de octubre de 2018

Cordón. R


Serie: Regreso


Cordón
El cordón separa la vereda de la calle, el mundo seguro del peatón se enfrenta al “incontrolado” mundo del carro o el auto. Separa el paso sosegado, del ligero y apresurado. En el barrio los cordones son de granito gris, algo texturado y en algunos casos liso y brillante. Sobresale con soltura formando un escalón. Son ideales para hacer equilibrio, un paso tras otro, sin tocar el adoquinado -no sé porqué, pero siempre caíamos de ese lado-. Me veo haciéndolo incluso de adulto, recordando “aquellos tiempos”; lo haría ahora nuevamente.
En la cuneta, que se forma por la diferencia de nivel entre el cordón y la calzada casi siempre hay agua; a veces estancada, otras veces corriendo. Ideal para jugar con los “barquitos” que en ocasiones era solo un palito que encontrábamos tirado por ahí, y se podía convertir en transatlántico, barco, bote, canoa, según jugáramos a los indios, a los conquistadores, o nos íbamos de viaje muy lejos, hasta dónde alcanzaba nuestro saber o nuestra imaginación.
El cordón era el mejor asiento. Con las piernas abiertas y los pies sobre la calle teníamos largas conversaciones… Momentos de secretos, de “filosofía”, de “y porqués”, y “yo de dije”; hasta llegar el momento de la pelea; de ahí, alguno se iba enojado, con el “nunca más” entre los labios, o en el peor de los casos, con un ojo negro. En este caso ninguno terminaba con excesiva alegría.
De pronto el cordón se corta en la entrada de un garaje, y queda bajito, a la altura de la calle. La superficie, a diferencia del resto, aparece como martelinada. Es interesante observar los extremos, cuando vuelven a tomar su altura habitual, a ras de la vereda. Son unos pocos centímetros que muestran la maestría del “pica cordón” o del “pica pica”, como habitualmente se llamaban.
JNB. Dedicado a Amelia Braghetta de Grimalt

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